UNA DECISIÓN SOLO ES VERDADERA DECISIÓN CUANDO SE VUELVE A TOMAR (IV): Dios es el Dios de la Vida

"¿Qué pasó?" es la pregunta que muchas veces me han hecho las personas que conocieron mi camino vocacional y ministerial y luego supieron de mi retiro del ministerio activo. Esta tercera certeza tiene que ver con la respuesta.

Una decisión creyente involucra cuatro (4) referentes para tomarla:

  1. La perspectiva ético-moral, que involucra el discernimiento y respectivo juicio ético que se realiza sobre la situación de conflicto.
  2. La perspectiva existencial-experiencia humana, que está formada por el cúmulo de sentimientos, razonamientos, conflictos, límites, carencias, deseos y psique de la persona que toma la decisión
  3. La perspectiva teológica, que pone en juego la relación gracia-pecado-gracia en el contexto de la salvación personal y colectiva, la oración dialogal y el discernimiento de la Voluntad divina y de los signos de los tiempos.
  4. La perspectiva del otro(s): Que suma al juicio final de la decisión personal el dinamismo, el obstáculo o el "pero" de la actitud, discernimiento y juicio del otro sobre el tema o la situación de conflicto.
Paso ahora a hablar de la perspectiva ético-moral que usé en mi decisión por la salida del ministerio:

La vida es don, tarea, reto y responsabilidad en tanto no surge de nosotros mismos sino que es entrega gratuita que nos "arroja a la existencia" por una voluntad diversa a nosotros, que nos exige internamente hacer "algo" con ella y en un devenir continuo reta nuestras capacidades y nos condiciona a construirla junto con otros. En la decisión sobre qué hacer con ella es donde nos enfrentamos a la opción por un estado de vida, que desde la perspectiva cristiana toma la forma del celibato, el matrimonio sacramental, la vida clerical o la vida consagrada y que tiene relación directa con la vocación a la que somos llamados a la vida.

Vida, Estado de Vida y Vocación son pues 3 realidades conexas que constituyen la esencia del vivir cristiano y que en la medida que fluyen armónicamente y al unísono determinan la realización personal. Nuestra vida NO es un estar arrojados a la existencia vacía por un poder impersonal externo, es fruto de una voluntad positiva y amorosa de Dios Padre (un porqué...) que nos llama a la vida con una vocación específica (un para qué...) y que en la libertad donada nos permite elegir nuestro estado de vida (un cómo... no determinado...) como fruto del diálogo interpersonal que surge de la relacionalidad de la persona con su Creador y que va descubriendo en Dios Trinidad un interlocutor válido para responderse sobre el Sentido de su vida.

Desde esta perspectiva ninguna vida es fruto del azar, Dios es el Dios de la Vida que otorga la misma como entrega original y valiosa para el mundo y para la historia; toda vida humana tiene innata en sí misma el proyecto de Dios, en ella hay un querer único, divino y personal que sólo la persona sujeto de ella es capaz de cumplir en la originalidad para la cual fue pensada por el Padre... ciertamente Dios no depende de la persona para llevar adelante su Plan Universal de Salvación y cierto también que Él nos salva personalmente aún a pesar de nosotros (aunque no sin nosotros), pero en el querer de Dios el rol salvífico de cada persona toma un matiz único que solo esa persona concreta puede darle al multi-color en el lienzo de la economía de la Salvación.


De acuerdo a lo anterior, cada personita que es engendrada es ya ÚNICO Y VALIOSO aporte de Dios a una creación in fieri, que aún está haciéndose y en la que el hombre juega un papel de sujeto y cocreador, y que sólo alcanzará su término perfecto en el cumplimiento escatológico del Día del Señor. Nadie nace fortuitamente, al azar; nadie es fruto simplemente de la voluntad o descuido de los padres que le engendraron; ni siquiera por el hecho de haber sido abortado espontánea y naturalmente, o provocadamente (lamentable y terriblemente...), se puede afirmar que allí en esa vida no hubo una voluntad amorosa y un cumplimiento efectivo de la economía salvífica. En toda vida está el Sello de la voluntad salvífica de Dios que la quiso perfectamente para el tiempo y el lugar donde la envió.


La vida humana es tan valiosa porque valioso es el proyecto de Dios que el Padre ha pensado desde el mismo origen de ella; proyecto que va proponiendo, en el Hijo y el Espíritu Santo, a la libertad y a la razón humana en la medida que estas crecen y se desarrollan para que en la armonía de la voluntad de Dios y la voluntad personal se alcance el ritmo de la Salvación que la exigencia histórica requiere en el espacio y tiempo al que la vida es donada.


Mi personalísima decisión por el cambio de la vida ministerial a la vida familiar (soy yo y mis circunstancias, cada cual se hace responsable de su propia historia...) tuvo que ver fundamentalmente con el respeto y amor al proyecto de Dios con la vida humana, a esa vida hermosa que Dios donó al mundo en mi bebé en camino y que mil veces volvería traer al mundo aunque por ella mil veces la vida que amaba, a la que fui llamado por Dios mismo y que me desgarró en su abandono se perdiera. Por encima de la voluntad propia (y Cristo lo demostró en la Oración del Huerto), del amor sensible (el corazón engaña a veces), de la conveniencia (Dios ve lo que nosotros no vemos), de lo lógico y razonable ("mis caminos no son tus caminos", Dios rompe con lo racional, que de por sí es limitado y finito frente al conocimiento total de Dios), del valor de la vocación misma vivida hasta ese momento (la vocación deviene en forma continua y su forma cambia al modo de como se presenta la historia) , está la Verdad de la Voluntad Divina que en el don de una vida que nace pronuncia su palabra de Salvación de modo único dentro y para la historia del mundo.

En mi discernimiento de aquel entonces (ya dos años....) tuve que enfrentarme a mi propia voluntad, que se debatía en el dilema de la responsabilidad por esa vida (que jamás pensé siquiera en abortar... para los lectores capciosos...); a la responsabilidad por el amor sensible de la pareja que había permitido en mi proceso de vida de ese entonces y la ilusión hermosa que ya le había generado; a lo "conveniente" de tomar la vida de mi hijo y el amor de pareja como algo accidental en mi caminar vocacional y que podría manejar de algún modo; a lo lógico y razonable que parecía el pensamiento de más bien retornar a mi vida ministerial (buena, tranquila, querida desde siempre y segura) y al dilema vocacional, profundamente existencial, que me exigía coherencia con el don regalado, confiado dentro de la Iglesia y la Congregación que amaba, también, con todo mi corazón, y sentía perdía irreversiblemente.

Pero el dilema era finalmente de coherencia en una decisión que ya no admitía entrega incompleta: coherencia conmigo mismo y lo que había defendido y creído como identidad a lo largo de mi vida, coherencia con mi fe que impulsaba el discernimiento moral frente a ese dilema; coherencia con mi vocación sacerdotal que exigía de mi mismo un talante y valentía en la decisión; coherencia con la Iglesia y la Congregación que me habían acogido en su seno y confiaban en mi ministerialidad, Iglesia que ha sido tan vilipendiada en los últimos años por el pecado personal de varios de nosotros sacerdotes... no podía haber tomado otra decisión distinta a la que tomé: aceptar que mi pecado egoísta había roto irreversiblemente con el proyecto de Dios para mi vida, afrontar con responsabilidad y amor mi culpa y la pena de ruptura con mi vida ministerial y abrirme generosa y amorosamente a la nueva vida de familia que el Dios de Presente me abría, también como don suyo a un hijo descarriado que desde ese nuevo presente había de continuar otorgando como Padre Bueno su maravillosa oferta de Salvación en Cristo.

... y como una decisión sólo es verdadera decisión cuando se vuelve a tomar, tengo que decir en mi aquí y ahora que este tiempo de prueba y purificación ha servido para confrontarme en la veracidad de mi amor por Dios, de mi vocación sacerdotal, de mi amor por la Iglesia y la Congregación y de mi amor por la vida, la persona y la sociedad humana. Sigo siendo el sacerdos in eternum que Dios hizo de mí el día de mi ordenación sacramental, pero ahora de otro modo, bien distinto al pensado y querido inicialmente, en un modo muy particular y propio vivido ahora desde la vida laical-no-clerical y en la contemplación permanente y asombrada del amor misericordioso y abundante de Dios, del misterio de la vocación sacerdotal, matrimonial y familiar y de la gracia que se manifiesta abundantemente en la creación... hacia dónde va la Voluntad de Dios ahora?... esa es la pregunta que me intriga.... ahí voy en el discernimiento... lo que sí tengo cierto es que debo dejar de ser espectador de esta nueva vida para comprometerme con ella desde esa identidad extraña en la que me coloqué y que Dios me permitió vivir.

El Dios de presente y el misterio de una vocación que se modifica.... de eso voy a escribir ahora... de cómo lo existencial puede cambiar la existencia misma....

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