Mi reparación sacerdotal (I): qué es la reparación

Los últimos años he estado viviendo un tiempo de búsqueda y purificación hacia el encuentro con un nuevo equilibrio de frente a la decisión de ruptura ministerial que tomé en su momento y que he ido ilustrando y reflexionando teológicamente en los anteriores post. Esta experiencia se enmarca pastoral y vivencialmente en lo que se denomina eclesialmente como "Reparación sacerdotal". En este post explicaré el significado de dicho término, como antecedente a la explicación del proceso vivido desde diciembre de 2007, que me retiré del ministerio, hasta el año 2016, donde estoy reiniciando una nueva etapa de servicio a la comunidad eclesial y que ilustra el nuevo equilibrio espiritual, sacerdotal-cristiano y humano que estoy alcanzando a raíz de esta experiencia.

La reparación es una figura jurídica que implica la responsabilidad de un ente personal o jurídico frente a la vulneración de un derecho, herida, daño o perjuicio que se le ha causado a otro como fruto de una acción, omisión u operación administrativa, lo que supone tanto identificar causas, como buscar y usar fórmulas para proteger a la persona o colectividad vulneradas. La reparación desde la perspectiva jurídica está ligada entonces a 3 aspectos, todos ellos relacionados con la identificación de la culpabilidad, la respuesta personal, social y de colectividad a las responsabilidades no cumplidas y a  la protección de la víctima (Iglesia, personas, comunidades). Es desde esta óptica donde el derecho canónico se mueve en mayor grado, lo que se hace más evidente en el modelo de rescripto de secularización de sacerdotes que se estila para casos de dispensa clerical y del celibato:
  1. La identificación clara de un daño, perjuicio, herida o vulneración de un derecho específico.
  2. La identificación e imputación de causalidades, responsables y responsabilidades, que juzga desde el intelecto, afecto, volición y psique personales y colectivas.
  3. El planteamiento y ejecución de transformaciones que eliminen, y no solo mitiguen o acepten, las causas que provocan dichas afectaciones.
Desde la teología católica la reparación está más cercana al término "Redención/Apolytrosis", tiene el significado de rescatar, levantar de nuevo, redimir, restablecer, restaurar el proyecto divino en la persona, la Iglesia, el mundo y el cosmos. Su visión es crística, como la de los travesaños de la cruz: vertical, en tanto requiere de una relación de identificación con Cristo sufriente por el pecado en la cruz y amante total de la humanidad en el  sacrifico redentor que allí realiza; horizontal, en tanto es esa intimidad con Dios la que impulsa y exige rehacer e implantar la novedad del Reino de Dios en la historia, sin caer en falsos pietismos individualizantes o en activismos con falso rostro de restauración y guiados únicamente por el Yo; se trata de una reparación de alcance eterno y universal, que excluye y extrae cualquier asomo de individualismo y sitúa a la persona y a la comunidad creyente en dinámica de construcción histórica del Reino en un aquí y ahora concretos; es amor que se hace acción efectiva por el Reino, con un dinamismo apostólico que transforma personas, sociedades  y a la Iglesia misma por la dynamis que el Espíritu suscita en quien toma contacto con el Mysterium que acontece en la actividad reconciliadora del Hijo, y en Él de la Iglesia, y de su dolor y coraje por la ofensa al Padre y el celo por Su proyecto escatológico y economía salvífica en la persona, la historia, la humanidad y el universo.

La salida ministerial de un presbítero, que sin embargo es sacerdote para siempre y su sacerdocio continua activo en él por la gracia del Sacramento del Orden que "imprime carácter", implica SIEMPRE una reparación en el doble sentido ya explicado (jurídico y teológico) y a la cual, en mi discernimiento con Dios, pretendo dedicarme en adelante: 

En el orden jurídico se exige una doble reparación: 
  • De la Iglesia/comunidad eclesial que se ve herida por los errores o abandono de sus pastores, 
  • De Dios que asiste a la ruptura de un modo de compromiso divino (ministerio presbiteral) orientado a su economía/Oikonomia salvífica en el pueblo de Dios (aunque esto en realidad solo lo puede juzgar él mismo).
En el orden teológico/Apolytrosis habría que pensar en trabajar también una doble reparación:
  • En dirección de las personas que fueron y se sintieron heridas por un indolente ejercicio y/o salida ministerial y que por ello requieren de una atención pastoral específica pues piden o necesitan ser apoyadas en la restitución de su fe y humanidad; lo cual implica pensar en una especie de "pastoral de choque", al modo de los "planes de choque". que elimine, mitigue o minimice los riesgos que se suscitan por la salida ministerial de un presbítero en una comunidad eclesial. 
  • En dirección del presbítero que, requiriendo acompañamiento eclesial, se obliga por lo anterior a ejercer reparación hacia sí mismo en tanto es su deber cristiano, y de la Iglesia, continuar el proyecto de Dios en él y en la comunidad eclesial: por un lado, se trata de una conversión, de tomar conciencia, sanarse y evitar volver a ejercer daño por las heridas de personalidad, fe, moral o psicológicas que pueda guardar y que se constituyeron en causa directa o indirecta de su salida ministerial; por otro lado, se trata de  orientar el ser y actuar del presbítero en retiro para que construya un proyecto nuevo de vida y una nueva identidad en continuidad con la voluntad salvífica que un día le donó la gracia sacerdotal propia del Sacramento del Orden. Que un sacerdote se retire, o sea retirado, no significa que su proceso de maduración en la fe haya terminado ni que deba quedar excluido del proyecto de Dios, como tampoco de su economía salvífica ni de su Iglesia/Comunidad del Reino; la voluntad y gracia divina que un día lo eligió como hijo en el Hijo, por el bautismo, y que también lo eligió como continuador, en Cristo, de la acción trinitaria en el mundo por su ordenación sacerdotal, es también activa, eterna y perenne en él, por encima y, aún, a pesar de él.

Con relación a este último tipo de reparación, y ya en el orden pastoral, se requiere quien acompañe, en el arte de reparar, al sacerdote que se retira o es retirado de su ministerio: 
  1. En primer lugar, que le acompañe en la toma de conciencia sobre las implicaciones y consecuentes responsabilidades por la toma de decisión que ha realizado, piensa realizar o ha sostenido en el tiempo, así como de las consecuencias para su ser personal, sacerdotal y eclesial. Sus decisiones deben ser tomadas en plena conciencia y esto no siempre sucede así, casi siempre se hace un discernimiento sesgado al conflicto personal y orientado a la individualidad y la psiquis pero sin igual énfasis, poco se le acompaña en notar, desde la óptica de la reparación, la dimensión religiosa, social y eclesial que sus decisiones acarrean. Esto conlleva un dilema moral para el acompañante: la persona del sacerdote en su decisión libérrima puede estar optando por un pecado mortal, así ha de ayudársele a ver, pero también se le ha de acompañar en el camino serio de retorno a la gracia divina en la situación de vida en que se ha colocado y con los dilemas morales que ello implica...la misericordia divina siempre será la regla de las reglas, hay que tener presente que en el testimonio de la Sagrada Escritura prima el amor misericordioso y redentor de Dios sobre el juicio punitivo y de condenación eterna, sin desconocer que esta última es siempre una opción de Dios que el ser humano apenas puede vislumbrar y por ello evangélicamente se le invita a no juzgar.
  2. En segundo lugar, el sacerdote requiere ser acompañado en la comprensión integral de la reparación e incorporar la sabiduría de este concepto a su discernimiento y toma de decisión sobre su futuro. El sacerdote tiene el derecho y el deber de tomar una decisión informada sobre su salida, tanto en la perspectiva jurídica y sicológica, como en la teológica, moral y pastoral. Es necesario profundizar en la reparación sacerdotal, en su sentido teológico, en su necesidad y en la responsabilidad cristiana-sacerdotal en ella. Lamentablemente como Iglesia no estamos acompañando en esto y por ello el presbítero llega a tomar decisiones que al cabo de los años siguen pesando como carga, a él y a otros, que obstaculiza la realización a la que están llamados en su identidad humana, cristiana y de hijo de Dios. El mundo corporativo y gubernamental contempla cuidadosos planes de salida y reinserción laboral para aquellos que salen de una organización, sin embargo, institucionalmente en nuestra iglesia no tenemos igual cuidado y caridad pastoral o celo sacerdotal, al presbítero se le deja muchas veces al garete en su decisión, vive en soledad su discernimiento y se constituye en "elemento incómodo", desplazable y prescindible,  apenas apoyable en su suerte, para sus antiguos compañeros de comunidad y fraternidad sacerdotal. La soledad de quienes nos retiramos amando el sacerdocio es inmensa y la oportunidad de ser acompañado es mínima y extraña institucionalmente.
  3. Frente a la pérdida de capital intelectual-humano institucional que significa la salida de un sacerdote de su ministerio, se hace necesario acompañar tanto a la institución-comunidad eclesial que pierde un activo valioso para ella (planes de contingencia) como al presbítero que decide terminar su servicio-ministerio en ella y que a su vez tiene todo el interés de continuarle aportando. La categoría teológica de la reparación es un sustento teológico y pastoral para evitar que se frustre el proyecto divino de servicio al pueblo de Dios que significa una ordenación sacerdotal o consagración religiosa, pues ella abre el espacio pastoral a que el ex-ministro siga colocando su potencial al servicio de la comunidad a través del ejercicio de la reparación, es por  ello que desde la pastoral de la reparación sacerdotal se puede también motivar y orientar a tomar parte activa, según el caso, en la obra y misterio de la reparación de sí, de Dios, de los fieles y de la Iglesia, en la nueva forma de vida que se ha elegido, o que se ha visto mejor asumir, y también, si es aconsejable en la situación, en la retoma fiel y renovada de su ministerio clerical, lo cual es el ideal. 
A este respecto es muy iluminadora esta cita de Carolina Montero: "Reparar pasa entonces por reconocer a quien está herido, curar las heridas, elegir permanecer, restaurar los vínculos rotos. Sobre todo, reparar es reconocer y desplegar en la propia vulnerabilidad y en la de los demás, la inmensa potencialidad de esta condición de criatura abierta, capaz de recrear las relaciones y la historia de manera que haya humanidad más plena para todos".

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